(Plantado por: ANDRE)
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Frecuentemente visito reservas urbanas. Son lugares únicos. Lugares donde la naturaleza goza de ciertos privilegios, como por ejemplo, manifestarse sin presiones. Quizás no sean paisajes "paradisiacos". No al menos para lo que el inconciente colectivo marca como paraíso. El pasto no está cortadito y las hojas no están sanitas.....por suerte. Para el observador de aves, para el entomólogo amateur, para el amante de la flora, existirían pocas posibilidades de ejercer esos hobbies si no fuera por ellas.
La Reserva Natural del Pilar existe gracias a dos mujeres (locas, según su propia definición) que tuvieron la peregrina idea de utilizar tierras fiscales (que el municipio de Pilar utilizaba como basurero al aire libre) para preservar 300 HA de flora y fauna.
No les fue fácil: consiguieron donaciones, sufrieron boicots......consiguieron reconocimiento municipal, sufrieron amenazas....consiguieron el apoyo de algunos vecinos, sufrieron el desinterés de otros vecinos.......en esta extraña esquizofrenia humana que impulsa a condenar el remanido calentamiento global y al mismo tiempo, despreciar el trabajo y la energía de personas que efectivamente hacen algo por la preservación del ambiente. De todas formas, no os preocupéis: ellas no se inmutan y siguen con tesón su objetivo conservacionista.
Una de las principales amenazas ambientales que tiene la reserva es la presencia de flora exótica, con mayor influencia de "Acacia negra" (Gleditsia triacanthos), un árbol originario del centro de Norteamérica, importado hace tiempo por renombrados e inconcientes paisajistas. Terriblemente invasora, en poco tiempo ha convertido las márgenes del Rio Luján en bosques espinosos donde nada, que no sea ella, crece. Sus enormes vainas son apetecidas por el ganado, lo que ha contribuido a su dispersión. Sin embargo, la acacia está perdiendo la batalla: allí están ellas y sus colaboradores con hachas y cuchillos, logrando, anillado mediante, el lento pero seguro retorno de la selva marginal. Donde ya la acacia pierde influencia, alejándose del río, Graciela y Lili han tenido el privilegio de descubrir un bosquecito de sarandí colorado (Cephalantus glabratus), una especie nativa pero sumamente rara de encontrar en esa concentración.
Se imaginarán que la acacia no es el único problema: allí no falta la contaminación de las industrias vecinas, pastera incluída. No hace mucho, decenas de peces, boqueando por la falta de oxígeno, fueron transportados por voluntarios en botes río abajo, para ser liberados en aguas menos contaminadas. La presencia de cazadores furtivos es frecuente, siendo sus presas: mulitas, comadrejas, lagartos, gato del pajonal, coipos, lobito de río, etc.
Pero la naturaleza original vuelve a abrirse camino y donde se abandonaron escombros de la urbe en expansión, florece ahora un tupido bosque de tala (Celtis ehrenbergiana; sinónimo: Celtis tala), a cuyo refugio se alargan las mateadas. Mateadas que, sumadas a la calidez de "su" gente, y a la oportunidad de ayudar al restablecimiento de la biodiversidad, hacen que la Reserva Natural del Pilar se convierta en una salida más que placentera en estos agitados, estresados y alienantes......tiempos modernos.
La Reserva Natural del Pilar existe gracias a dos mujeres (locas, según su propia definición) que tuvieron la peregrina idea de utilizar tierras fiscales (que el municipio de Pilar utilizaba como basurero al aire libre) para preservar 300 HA de flora y fauna.
No les fue fácil: consiguieron donaciones, sufrieron boicots......consiguieron reconocimiento municipal, sufrieron amenazas....consiguieron el apoyo de algunos vecinos, sufrieron el desinterés de otros vecinos.......en esta extraña esquizofrenia humana que impulsa a condenar el remanido calentamiento global y al mismo tiempo, despreciar el trabajo y la energía de personas que efectivamente hacen algo por la preservación del ambiente. De todas formas, no os preocupéis: ellas no se inmutan y siguen con tesón su objetivo conservacionista.
Una de las principales amenazas ambientales que tiene la reserva es la presencia de flora exótica, con mayor influencia de "Acacia negra" (Gleditsia triacanthos), un árbol originario del centro de Norteamérica, importado hace tiempo por renombrados e inconcientes paisajistas. Terriblemente invasora, en poco tiempo ha convertido las márgenes del Rio Luján en bosques espinosos donde nada, que no sea ella, crece. Sus enormes vainas son apetecidas por el ganado, lo que ha contribuido a su dispersión. Sin embargo, la acacia está perdiendo la batalla: allí están ellas y sus colaboradores con hachas y cuchillos, logrando, anillado mediante, el lento pero seguro retorno de la selva marginal. Donde ya la acacia pierde influencia, alejándose del río, Graciela y Lili han tenido el privilegio de descubrir un bosquecito de sarandí colorado (Cephalantus glabratus), una especie nativa pero sumamente rara de encontrar en esa concentración.
Se imaginarán que la acacia no es el único problema: allí no falta la contaminación de las industrias vecinas, pastera incluída. No hace mucho, decenas de peces, boqueando por la falta de oxígeno, fueron transportados por voluntarios en botes río abajo, para ser liberados en aguas menos contaminadas. La presencia de cazadores furtivos es frecuente, siendo sus presas: mulitas, comadrejas, lagartos, gato del pajonal, coipos, lobito de río, etc.
Pero la naturaleza original vuelve a abrirse camino y donde se abandonaron escombros de la urbe en expansión, florece ahora un tupido bosque de tala (Celtis ehrenbergiana; sinónimo: Celtis tala), a cuyo refugio se alargan las mateadas. Mateadas que, sumadas a la calidez de "su" gente, y a la oportunidad de ayudar al restablecimiento de la biodiversidad, hacen que la Reserva Natural del Pilar se convierta en una salida más que placentera en estos agitados, estresados y alienantes......tiempos modernos.