Noticias de Ecoportal

ADNmundo - Medio Ambiente

miércoles, 30 de abril de 2008

Este incendio no es accidental, ni estacional

El Incendio del Humo tiene inspiración en 515 años de desprecio por nuestras especies nativas.

A Pedro de Mendoza lo mandaron al muere.
Sifilítico y acompañado por el núcleo de su propia infección, fue arrojado a un destino sin esperanza por sus mismísimos cómplices españoles.
Ignorante de la fastuosa prosperidad sobre la que estaba parado, no pudo descubrir algo para comer en medio de la pradera más próspera de la tierra.
Ni supo pescar en el río más ancho del planeta.
Ni fue capaz siquiera de ponerse a masticar una panoja de quínoa silvestre para salvarse la vida.
Y así se murió de hambre.
Él seguramente hubiera deseado encontrar quien lo alimente.
Alguien que pueda leer sus patéticas credenciales y ser además tan ingenuo como para creer lo que decían.
Caleuche, voz araucana que significa “nave con dementes”, es el nombre de una leyenda de nuestros antepasados, seguramente inspirada por esta experiencia a la que la historia oficial atribuye la primera fundación de la ciudad de Buenos Aires.
Con los años el contacto establecido, continuó gestando el encuentro entre todas las culturas del Atlántico.
Así una América criolla se estableció en la Cuenca del Plata, mientras se desparramaba por el campo una verdadera infección de animales ajenos a nuestras prístinas pampas.
Cerdos, perros, ovinos, caprinos, equinos y bovinos, vinieron entonces sin otro propósito que nutrir al invasor y a quitarles su espacio a la fauna y flora nativa.
De esta forma, nuestras especies autóctonas, por ignorarse su valor de cambio en los mercados europeos, carecieron de un argumento que las “adapte” al colonialismo en boga en aquel incipiente Virreinato del Río de la Plata.
Nadie quiso sacar de la ignorancia a nuestros clientes y contarles que sus haciendas carecían de las aptitudes necesarias para sobrevivir en estas espesas zonas geográficas.
Ni detenerse tampoco a averiguar que la naturaleza es más generosa en excedentes biológicos legítimos, de lo que pueda llegar a ser jamás con la introducción de una especie inadaptada.
Toda la viveza del nuevo criollo se concentró en sujetar al campo a la presencia de estas especies foráneas quemando, talando y alambrando a sus anchas.
Así se perdió la pampa húmeda y pasaron a la ignominia territorios conocidos por nosotros por las características sobresalientes de su particular toponimia.
El Tigre, Lobos, San Miguel del Monte, Venado Tuerto, ya mudos testigos del brutal arrebato del caldenal, de la selva de tala y espinillo que tapaba la mirada desde Punta Lara a General Madariaga y mucho más allá en la vastedad inabarcable de nuestra llanura.
Todos espacios que a esta altura del año tenían por dominante la coloración ocre que recuerdan los libros de W. H. Hudson y no el gris marchito que lucen ahora nuestros expoliados campos de pastura.
Echaron al venado, se perdió el ñandú, corrieron al guanaco, deforestaron hasta donde les dio el cuero y no satisfechos con ello continuaron imponiendo su incendiario modelo hasta secar las napas y hacer volar el suelo más allá, en la profundidad del desierto pampeano.
Con la aparición del DDT en los ’60 desaparecieron los insectos y las aves endémicas del pastizal. Y a partir de los ’90, con los nuevos herbicidas preparados especialmente para especies transgénicas, desaparece toda forma de vida fundada en el metabolismo de la clorofila, condenando a toda forma de vida silvestre a una desaparición definitiva.
Nuevamente, son las columnas de humo las que delatan el lugar de la batalla, como relata Javier Moro en su célebre biografía de Chico Mendes, el recordado mártir brasilero de la defensa de la selva amazónica.
En las islas, la invasión se venía demorando. Había que ser nacido y criado en la zona para entender la diferencia entre el suelo y el embalsado, o entre el estero y lo inundado.
Un terreno complicado, donde las viviendas se erigen a más de dos metros del piso y en lugar de callejones hay zanjones, donde el tractor hay que guardarlo en un pontón y no en el galpón.
Un terreno donde la espesura impide que el sol llegue al piso y los niños van al colegio en lancha de batiente banderita azul y blanca.
Donde la picada se empieza sobre el camino de un carpincho y después se sigue a machete.
Allí convivían nuestros isleros con los ceibos y los sauces, donde el oficio era el de pescador artesanal y eventualmente se trampeaban nutrias para peletería.
Entre ellos convive todavía una pequeña población del mayor ciervo sudamericano “El Guazo”; nuestro majestuoso ciervo de los pantanos, entreverado entre un siempre desconocido número de las más diversas formas salvajes de vida.
En este escenario el poblador todavía ejercía una cierta dignidad frente al mundo desarrollado, a pesar de sobrevivir al alcance de la vista de los rascacielos.
Resulta sorprendente descubrir que los habitantes de nuestras cercanas islas puedan seguir representando un verdadero grupo cultural diverso justo enfrente de nuestras más porteñas metrópolis.
Con el advenimiento de la democracia comenzaron a arrimar a la orilla además de sus canastos de mimbre y sus esteras de junco, algunos de sus reclamos económicos.
• El primer intento por lanzar a la región al primer mundo, fue entonces la apicultura.
La miel de las islas calificó en los mercados internacionales como nuestro vino, como nuestra carne vacuna, como un producto orgánico de altísima calidad a un precio muy razonable.
Entonces rápidamente los hicieron agarrar créditos para tambores, colmenas y herramientas para los nuevos emprendedores.
Cuando finalmente llegaron a colocar sus productos con el volumen soñado, el principal cliente les rajó un arancel a la importación del 60% para proteger a sus propios productores, sin dejar por ello de predicar el tratado de libre comercio. Y lo perdieron todo.
• Así se volcaron a la captura pesquera que durante la efímera bonanza mielera, había estado acumulando concentraciones poblacionales aptas para una extracción sustentable.
Primero perdieron al pescador recreativo cuando comenzaron a escasear las especies deportivas.
Después mermaron las especies de invierno, que cada vez llegaban más tarde y con menor intensidad.
Y por último cuando se quisieron especializar en el sábalo, descubrieron que ya se lo había “afanado” todo un frigorífico entrerriano de la zona de Diamante, sumiendo en un colapso sin precedentes a toda la cuenca.
• Más recientemente y bajo el impulso de la sojización en curso, las islas resultaron beneficiadas por una nueva ventaja comparativa del sector agroindustrial.
Al conservar interesantes reductos de pastura originaria se comenzaron a hospedar centenares de miles de cabezas de ganado vacuno desplazado por la nueva frontera agropecuaria.
Pero nuestras vacas, a pesar que según el propio decir de Don Luciano, tienen “la mejor genética del mundo”; no hemos podido hacerles aprender a pisar el embalsado como un ciervo, ni a bucear como un carpincho, ni a trepar a un palo como una nutria, ni a comer pescado como un yacaré o una boa curiyú.
Y a la primera crecida, se ahogaron o murieron de hambre por no saber sumergir la cabeza por una brizna de pasto.
• Ahora, algún pool “político – bancario” decidió ponerle fuego a toda la región.
Afecta el estrago una extensión de más 1.700.000 ha. con más de 800 focos intencionales comprobados sobre una zona naturalmente propensa a la acumulación de turba y gas metano, liberando así en la atmósfera el equivalente en gases, a una verdadera erupción volcánica.
Un saqueo proverbial que tiene el único propósito de hacer humo todos nuestros tesoros naturales y expulsar de la tierra a su legítimo poblador nativo.
Sospecho de los amigos del poder, los que envenenan los ríos, los que saquean la pesca y concentran su poder en los monocultivos.
Todos ellos desprecian nuestras culturas frente a toda posibilidad de acumular moneda.
Son definitivamente enemigos de todas nuestras formas naturales de vida.
Inhibidos de seguir adelante con la tala por la reciente ley de bosques, le dieron rienda suelta a la antorcha para hacerse de un espacio en cancha ajena.
Eran tierras fiscales, todas bellamente rodeadas de vida, y ahora son un lugar más donde defender nuestra cultura invadida.
Llamarlos animales es deshonrar la zoología.
ARTURO AVELLANEDA

4 comentarios:

ani. dijo...

No puedo estar más de acuerdo. Todo esto me tiene enferma, sobre todo porque parece haber sido mucho más trascendente para todos el sentirse afectados por el humo... tristemente creo que se trata de no sentir que los humanos sólo somos una especie más. La más depredadora, la que podría elegir no hacerlo. La que usa malamente la herramiento de la inteligencia que la naturaleza le proveyó.

Anónimo dijo...

Estremecedor!!!!Gracias por explicar este problema tan claramente, ahora me gustarìa saber si conoces alguna manera de detener esto, porque yo creo que si paramos un poco con la destruccion ( eso que llaman sustentable, palabra de moda)la naturaleza vuelve solita, me lo enseño un amiga muy querida y es lo que hace que tenga esperanza, porque sin ella ya me hubiera tirado abajo de un tren ( o de una cosechadora!!!!) gracias!!!!

Gustavo dijo...

Sinceramente es verdad y vienen por más… el sistema en el que estamos metido y en el que cada día metemos un poquito más a nuestros jóvenes sy niños a través de la TV y la escuela enseñando a depredar más que a respetar.
La verdad no tengo mucha esperanza, de que esto cambie…para cambiar esta cosmovisión es necesario cambiar hacia una nueva manera de vivir, pero es muy costosa, no a nivel económico, sino a nivel filosófico. Hay que abandonar muchas cosas y no creo que la mayoría este dispuesto hacerlo. El abismo esta cerca, lo vemos, lo sentimos, sabemos que esta ahí, sabemos cuales son las consecuencias… pero seguimos acelerando.
Me alegra que existan blogs como estos, yo sigo peleando en mi trinchera, y NO VOY AFLOJAR¡¡¡
Te felicito.
Gustavo

Gustavo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.